31 Julio 2020
Thaye Dorje, Su Santidad el XVII Gyalwa Karmapa, comparte algunas ideas sobre el karma, continuando así a responder las preguntas de los estudiantes.
Después de unos días de experimentar un bloqueo creativo, mi silla cedió debajo de mí. En el instante en que caí al suelo, tuve un golpe de inspiración. Rápidamente anoté algunos párrafos en mi teléfono móvil.
Sin embargo, cuando me levanté para ocuparme de otra cosa, accidentalmente borré mi nota, perdiéndola sin posibilidad de recuperarla. En el primer instante, una conmoción repentina y una ansiedad, casi como un sonrojo, recorrieron mi ser, al darme cuenta de que no sería capaz de recuperarlo nunca más.
Sin embargo, al momento siguiente, intenté consolarme permitiendo que surgiera la idea: “No tenía que ser”.
¡Vaya hábito! ¡ Este hábito es tan poderoso y, sin embargo, su poder es tan pasivo!
Cuando las cosas no salen como estaba previsto, tenemos el hábito de consolamos pensando que “no tenía que ser”, como si hubiera un destino para todos nosotros. Creo que esta es una aplicación errónea de la noción de karma. Este tipo de hábito es sin duda reconfortante, pero no debemos subestimar su fuerza.
Si tratamos este tipo de hábito como algo más que una fuente de comodidad momentánea, entonces existe el riesgo de conceptualizar algo completamente diferente y de tendernos una trampa nosotros mismos: el hecho de que haya un lugar fundamental al que pertenecer y no pertenecer, un destino fundamental que deber ser o no ser.
Creo que “karma” simplemente significa que eres tú. Soy yo. Somos nosotros.
Es algo maravilloso darse cuenta de que no tenemos que esperar un destino.
Por otro lado, decir que se trata de “tu acción”, puede inducir a que es “culpa tuya” de alguna manera, por lo que pueden surgir sentimientos de culpa.
En cambio, podemos centrarnos simplemente en esta comprensión del karma: eres tú, soy yo, somos nosotros. Somos esta cosa maravillosa que fluye como siendo todos nosotros, sin destino.
Podemos ver nuestro pasado y futuro solo como formas de llegar a este momento presente, donde comprendemos que la idea del destino era solo un pensamiento reconfortante. Nada más y nada menos.
Tal vez aquí es donde debería haber aterrizado, y de lo que debería haberme dado cuenta, cuando me caí al suelo, un suelo en el que el “destino” no estaba escrito en ningun lado ni en ninguna parte.